- Ah, es el Tajo.- nos explicó el casero, al ver nuestras caras de sorpresa.- Este sitio es privilegiado, - dijo eso o alguna expresión similar, seguramente más sencilla, en su limitado pero ágil español - porque aunque está en el centro es tranquilo, y la parte de atrás da a este lado del Tajo".
Esta es la calle del apartamento, o la calle de al lado.
Es decadente porque gran parte de sus edificios, aunque bien acompañados por sus primos modernos, se encuentran en un estado ruinoso que me recordaba a La Habana. También sus colores vivos la recuerdan. Porque sus calles son estrechas y apagadas, pero abundan las fachadas de colores. El rosa está especialmente presente. El suelo está especialmente descuidado. No es uniforme (aquí nada lo es). Cuando no es asfalto rasgado por los raíles del tranvía, es una especie de mini-adoquín brillante, resbaloso y bailarín que, según anoto en mi libreta "pueden ser los responsables de mi próxima baja laboral, ya que rara es la calle donde no pego algún traspies". Los edificios públicos, e incluso sus museos, están bastante descuidados. Hasta el tranvía, uno de los símbolos de la ciudad por excelencia, es un viejo cacharro de madera, que hace un ruido espantoso tanto al acelarar como al frenar. Parece como si se hubieran quedado sin presupuesto en una legislatura anterior y todo se hubiera parado y quedado tal y como estaba entonces, hace unos 15 ó 20 años.
La belleza te espera y sorprende a cada paso. Por mucho que la vuelves a encontrar, una y otra vez, casi siempre te pilla desprevenida, porque aquí es fácil entretenerse en los detalles decadentes, incluso te encuentras diciéndote a ti misma que en esos momentos es cuando te das cuenta de cuánto ha avanzado España, en comparación. Entonces giras una esquina, pasas una calle. Y ocurre. Es una belleza sobrecogedora, que te asalta y te deja sin aliento, incapaz de seguir el hilo anterior de tus pensamientos. Así es Lisboa. "Si estuviera tan sólo un poco más limpia...", suspiro. El bixo dice que no, que eso también es parte de su encanto. Es una apreciación que no comparto, pero sí es cierto que parte de esa emoción que despierta la ciudad tiene mucho que ver con la nostalgia de lo que algún día imaginas tuvo que ser. Una nostalgia que no sólo siente el turista en su sorpresa, sino que se trasluce también en las miradas de sus habitantes, y que los ha llevado a convertir el Fado, canción triste y romántica donde las haya, en todo un reclamo turístico. Lisboa es romántica porque no le ha quedado más remedio.
El bixo, quizás contagiada por el ambiente, me regaló esta preciosa rosa
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Os dejo algunas imágenes de la ciudad, que aunque no hacen justicia a su belleza, sirven para dar una idea de su silueta, al estilo de las sombras de Platón.
Esto es parte del paisaje que podíamos ver desde los miradores de Alfama.
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En el interior del famoso tranvía 28:
Aprovechamos una parada en la que bajó todo el mundo para quedarnos de ocupa en uno de sus vagones.
Cierro la entrada con una imagen nocturna. Que la disfruten.
Se me cuidan.
5 comentarios:
"Lisboa es romántica porque no le ha quedado más remedio"...sí, señor..muy buena frase y muy buena explicación.
yo estuve primero en el 94 y luego casi diez años desp. creí k habría mejorado, no me gustaba ver tanto pobre por la calle y todo tan descuidado, pero desp de conocer Genova y amarla, he decidido amar tb lisboa, tal y cm es.
a parte k no descarto ir a vivir allí en algún momento de mi vida.
bs
Hey!
Qué tal esas vacaciones?. Me gusta ese espíritu viajero tuyo... tu forma de hablar -vale, seamos puristas: de escribir- sabe a libertad.
A mi, aunque dudo que mi destino me lleve a ella más que por vacaciones, tampoco me importaría vivir allí.
Besos.
por cierto, sara, al final nunca me escribiste el mail..igual ya no es necesario, pero me dejaste comida por la intriga..me dices al menos de que iba a ir??
Jajaja
Es verdad... te lo escribiré. Como no haga las cosas en el momento, después se me olvidan. ;)
Es acerca de un forward que me mandaste.
Besos
cuál?
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