lunes, 21 de junio de 2010

Así que la adultez era esto


El otro día una amiga nos contaba ilusionada que había decidido retomar los estudios y encaminar su vida hacia lo que más le gustaba.
En principio una buena noticia. Pero entonces empecé a escucharme a mí misma preguntando:
¿Y qué curso vas a hacer?. ¿Quién lo organiza?, ¿Está homologado?, ¿Por quién?. ¿Y eso lo dice alguien aparte de ellos?. ¿Cuánto te cobran?.


Y tuve un flashback. Y no era yo la que preguntaba sino la interrogada. Al otro lado, con la insistencia de un inspector de policía que trata de solucionar un complicado caso de asesinato, mi madre preguntaba, mientras yo me iba sintiendo cada vez más pequeñita y más frustrada.

En aquellos momentos me sentía incomprendida. Yo iba a llevar una buena noticia y me volvía con un montón de pegas e inconvenientes que hasta ese momento no había visto o no había querido tener en cuenta. Pero lo peor llegaba después, cuando se comprobaba, en el 95% de las ocasiones, que los pronósticos e interpretaciones menos favorables para la que escribe tenían la curiosa y pertinaz tendencia de cumplirse.

Particularmente recuerdo una conversación, especialmente gráfica, que intuyo marcó un antes y un después en mi forma de interpretar los avisos, hasta entonces exagerados y infundados, de mi madre.

Yo estaba a punto de embarcarme en una de las aventuras más osadas de mi vida. Me iba a ir a Inglaterra "a la aventura". Sola y sin billete de vuelta. Sólo quería asegurarme, antes de salir, de tener un lugar donde dormir y sobre todo un trabajo con el que ganarme la vida. Así que recurrí a una de esas agencias que hacen de intermediarias entre el futuro trabajador y la empresa y te aseguran el trabajo sin que tengas que cruzar la frontera.

Estábamos leyendo las condiciones del puesto de trabajo que habían encontrado para mí. Yo embriagada de emoción, mi madre, de escepticismo.

"Alojamiento y comida incluidos".

"Vivienda a 10 minutos del lugar de trabajo".

Al llegar a esa línea mi madre saltó como un resorte:

- ¿Cómo que a 10 minutos?. ¿Eso que significa?. ¿A 10 minutos a pie?. ¿En coche?.

- ¡Mamá por favor!. ¿Cómo va a ser a 10 minutos en coche?.

Como ya habrán podido imaginar, mi madre había podido ver lo que mi ingenuidad era incapaz si quiera de plantearse. Pero tuve que ir a Inglaterra y verlo con mis propios ojos para entenderlo. Porque haciendo oídos sordos a sus advertencias, acepté el trabajo y un par de semanas más tarde partí en avión hacia Bristol.

Una vez allí pude comprobar que no eran 10 minutos en coche como intuyó mi madre, sino 20 y en taxi, porque a esa hora no circulaban los autobuses todavía. Que el taxi lo pagábamos los trabajadores, al igual que el alojamiento que, lejos de ser un edificio del hotel para el personal, como yo imaginaba, era una gran casa inglesa en un barrio residencial de la ciudad, que el dueño alquilaba a los trabajadores del hotel al módico precio de... no recuerdo la cantidad, pero sí que conviví con tres italianos y dos españolas que pagaban el alquiler tan religiosamente como yo.

Supongo que una pasa de ser desalentada a desalentar a base de escarmentar en cabeza propia, mientras trata de evitar, por todos los medios, no volver a escuchar las palabras más molestas: "TE LO DIJE". Y supongo que es así como una se da cuenta de que se ha convertido en adulta, cuando de pronto un día se descubre hablando y pensando como su madre.

Se me cuidan.

2 comentarios:

Candela dijo...

Algunas veces te he hecho preguntas de esas que hacen las madres.

Y tú has reaccionado con el típico: que va, si lo tengo todo controlado.

Curiosa nuestra relación, no te parece?

Un beso, guapa.

Anónimo dijo...

Debe ser eso la adultez, preguntárselo absolutamente todo, darle vueltas a todo, estudiar todas las posibilidades... Que rollo! ;P

Besos.

Amnistía Internacional