El otro día visitamos un pequeño pueblo de Segovia.
- Aparece en los carteles como "villa monumental", me había explicado mi acompañante, que, salvo ese dato, tenía el mismo conocimiento del pueblo que yo, o sea: ninguno.
- Por ahí no cabe el coche.
Ese tipo de apreciaciones suelen venir de la persona que conduce, independientemente de si el coche es suyo o no. En este caso, además, la conductora era también la propietaria. Estábamos a unos 20 metros de un pequeño arco de piedra, paradas frente a lo que parecía ser la entrada principal del pueblo.
- Claro que cabe.
- Que no cabe.
- Cabe de sobra.- esta vez acompañé mis palabras con un gesto con la mano, que una mujer mayor que en ese momento se disponía a pasar por debajo debió de interpretar, pensé entonces, de forma ofensiva, porque se vino directa hacia nosotras.
- Nos va a decir algo.- a veces puedo llegar a ser muy intuitiva.
- Baja la ventanilla.
Obedecí. Lo hubiera hecho de todas formas, porque la tenía encima, asomada por mi cristal.
- ¿ Me preguntabais algo?.
"No", pensé. En cambio para no ser descortés ante aquella inusitada muestra de receptividad, respondí:
- ¿Podemos entrar en el coche por allí?.
- Sí, por ahí podeis subir, podeis ir a la izquierda, este pueblo sólo tiene una calle. Si vais a la izquierda llegais a la plaza donde está la torre y podeis ver la torre y el nido de las cigüeñas...
Entonces reparé en que la amable señora tenía uno de los dos ojos permanentemente abierto, mientras con el otro podía gesticular con normalidad. Me pregunté qué sería lo que le había ocasionado aquello, mientras reflexionaba sobre el atractivo turístico de un pueblo cuyos habitantes anunciaban a los viajeros un nido de cigüeñas de una vieja torre. No tardaría en descubrirlo.
- ¿Sabe dónde hay alguna tienda donde pueda comprar pilas por aquí?.
Para una turista empedernida como yo, quedarse sin pilas en la cámara viene a constituit una tragedia griega, de modo que aquel pequeño detalle llevaba obsesionándome durante toda la mañana.
- No... aquí no tenemos de eso.
Automáticamente pensé: "no me ha entendido", pero la mujer siguió:
- Antes sí. Antes del pantano si teníamos maestros y médicos y todo, pero ya no.
Quizás después de todo sí me había entendido, me dije. Le dimos las gracias amablemente y continuamos nuestro camino. Mi acompañante parecía haber recuperado su fé en las leyes de la física y pasó bajo el arco despacio pero con decisión.
Las indicaciones de la señora resultaron ser precisas, a excepción de la calle de la izquierda, que no llegamos a ver, mucho menos a tirar por ella. Tampoco hizo falta. A sólo unos metros del arco, siguiendo la que nos pareció efectivamente la única calle del pueblo, nos topamos con una pequeña plaza empedrada, presidida por una iglesia con su torre y su nido de cigüeñas coronándola.
Lo más interesante del lugar me pareció el viejecito que estaba sentado en lo que parecía ser un alto escalón de piedra, ataviado con su boina y su bastón de madera, perfectamente cuadrado en el centro de la foto que yo veía ya en mi cabeza, entre la puerta de la iglesia y otro arco de piedra, exactamente igual que el primero.
- Dame la cámara.- le pedí a mi acompañante, que portaba nada más y nada menos que una Reflex Digital, de esas tochas negras que pesan más que las antiguas, pero que ahora dan mucho caché.
En lo que yo tardé en quitar la tapa del objetivo, darle al "On" y enfocar, apareció un coche por el arco que paró justo delante de la mitad de mi foto imaginaria. Esperé con una paciencia que no tengo a que terminaran de preguntarle al viejecito. Pero para mi sorpresa tras preguntarle se dirigieron al interior de la iglesia, acompañados por el protagonista de mi instantánea, dejando plantado el coche justo delante del arco, bloqueando el paso a futuros turistas y dejándome a mí con la cámara preparada y dos palmos de narices.
- No me lo puedo creer.- le dije a mi acompañante, que ya se dirigía también al interior de la iglesia, aparentemente sin compartir mi indignación, aunque igual de sorprendida que yo por el aparcamiento improvisado de la competencia.
Cuando entramos en la iglesia el viejecito le estaba explicando a los otros turistas quién era la patrona de la iglesia. Al vernos entrar a nosotras nos dijo:
- Pasad, pasad, más adelante, allí. Allí podeis ver dos momias.
A mí las momias, las reliquias de los santos y huesos humanos varios prefiero verlos todo lo más a través de la TV, pero el viejecito insistía, señalando con su bastón:
- Allí, allí, un poco más para adelante.
Vivos a una de las dos momias. Estaba expuesta tras una vitrinita de cristal, en posición horizontal. El cadaver pertenecía a una chica "desconocida" de hace yo-no-sé-cuántos siglos, según indicaban el viejecito y el letrero explicativo, pero se conservaba en perfecto estado.
Después el viejecito, que iba guiándonos la visita con su bastón, nos contó más cosas sobre el retablo (tenían un retablo) y sobre un gran lienzo que colgaba a la entrada de la iglesia. Los otros turistas, que por la edad que aparentaban bien podrían haber llegado allí también en un autobús del IMSERSO, lo bombardeaban a preguntas, que iban concatenando sin escuchar las respuestas.
- ¿Esto qué es?.- lo interrumpían con frecuencia.
"Además de incívicos, maleducados".
Me pareció distinguir en sus voces cierto acento catalán pero intenté no acordarme de las discusiones con los clientes catalanes para no ahondar en la herida. Eran dos mujeres y un hombre. El hombre era el que más preguntaba.
Nosotras intentábamos ir a nuestro aire y apenas le preguntábamos nada, pero igualmente el viejecito se venía para donde estábamos y nos contaba lo que él considerase.
Para cuando salimos de la iglesia, unos veinte minutos después, ya todos los presentes conocíamos nuestra mutua procedencia (efectivamente eran catalanes) y una de las mujeres había llamado "machista" al viejecito a raíz de lo que a mí me pareció un comentario inofensivo.
-Esa es Santa Águeda,-anunció el viejecito señalando una pequeña escultura con su bastón,- patrona de las mujeres.
No sé si será así en otros lugares, pero por aquellas tierras de Segovia se celebra con especial devoción un día, ahora no recuerdo cuál, en el que las mujeres son las que mandan. Tienen lugar una serie de festejos y la premisa pseudofeminista se lleva a rajatabla, desde fechas inmemoriales.
- Aunque eso es mentira, las mujeres mandan todos los días.- añadió el viejecito. Y ahí surgió la polémica.
Tras la iglesia descubrimos una catapulta enorme que maravilló al hombre catalán. Nosotras hicimos la foto de rigor, porque "una catapulta así es muy difícil de encontrar ya, yo sólo he visto una parecida en un castillo de Huesca, donde rodaron una película..." y nos despedimos de aquel apasionado e incívico turista, que por fin retiró su coche de la mitad de la calzada.
- Sí, de Sevilla.
- Aparece en los carteles como "villa monumental", me había explicado mi acompañante, que, salvo ese dato, tenía el mismo conocimiento del pueblo que yo, o sea: ninguno.
- Por ahí no cabe el coche.
Ese tipo de apreciaciones suelen venir de la persona que conduce, independientemente de si el coche es suyo o no. En este caso, además, la conductora era también la propietaria. Estábamos a unos 20 metros de un pequeño arco de piedra, paradas frente a lo que parecía ser la entrada principal del pueblo.
- Claro que cabe.
- Que no cabe.
- Cabe de sobra.- esta vez acompañé mis palabras con un gesto con la mano, que una mujer mayor que en ese momento se disponía a pasar por debajo debió de interpretar, pensé entonces, de forma ofensiva, porque se vino directa hacia nosotras.
- Nos va a decir algo.- a veces puedo llegar a ser muy intuitiva.
- Baja la ventanilla.
Obedecí. Lo hubiera hecho de todas formas, porque la tenía encima, asomada por mi cristal.
- ¿ Me preguntabais algo?.
"No", pensé. En cambio para no ser descortés ante aquella inusitada muestra de receptividad, respondí:
- ¿Podemos entrar en el coche por allí?.
- Sí, por ahí podeis subir, podeis ir a la izquierda, este pueblo sólo tiene una calle. Si vais a la izquierda llegais a la plaza donde está la torre y podeis ver la torre y el nido de las cigüeñas...
Entonces reparé en que la amable señora tenía uno de los dos ojos permanentemente abierto, mientras con el otro podía gesticular con normalidad. Me pregunté qué sería lo que le había ocasionado aquello, mientras reflexionaba sobre el atractivo turístico de un pueblo cuyos habitantes anunciaban a los viajeros un nido de cigüeñas de una vieja torre. No tardaría en descubrirlo.
- ¿Sabe dónde hay alguna tienda donde pueda comprar pilas por aquí?.
Para una turista empedernida como yo, quedarse sin pilas en la cámara viene a constituit una tragedia griega, de modo que aquel pequeño detalle llevaba obsesionándome durante toda la mañana.
- No... aquí no tenemos de eso.
Automáticamente pensé: "no me ha entendido", pero la mujer siguió:
- Antes sí. Antes del pantano si teníamos maestros y médicos y todo, pero ya no.
Quizás después de todo sí me había entendido, me dije. Le dimos las gracias amablemente y continuamos nuestro camino. Mi acompañante parecía haber recuperado su fé en las leyes de la física y pasó bajo el arco despacio pero con decisión.
Las indicaciones de la señora resultaron ser precisas, a excepción de la calle de la izquierda, que no llegamos a ver, mucho menos a tirar por ella. Tampoco hizo falta. A sólo unos metros del arco, siguiendo la que nos pareció efectivamente la única calle del pueblo, nos topamos con una pequeña plaza empedrada, presidida por una iglesia con su torre y su nido de cigüeñas coronándola.
Lo más interesante del lugar me pareció el viejecito que estaba sentado en lo que parecía ser un alto escalón de piedra, ataviado con su boina y su bastón de madera, perfectamente cuadrado en el centro de la foto que yo veía ya en mi cabeza, entre la puerta de la iglesia y otro arco de piedra, exactamente igual que el primero.
- Dame la cámara.- le pedí a mi acompañante, que portaba nada más y nada menos que una Reflex Digital, de esas tochas negras que pesan más que las antiguas, pero que ahora dan mucho caché.
En lo que yo tardé en quitar la tapa del objetivo, darle al "On" y enfocar, apareció un coche por el arco que paró justo delante de la mitad de mi foto imaginaria. Esperé con una paciencia que no tengo a que terminaran de preguntarle al viejecito. Pero para mi sorpresa tras preguntarle se dirigieron al interior de la iglesia, acompañados por el protagonista de mi instantánea, dejando plantado el coche justo delante del arco, bloqueando el paso a futuros turistas y dejándome a mí con la cámara preparada y dos palmos de narices.
- No me lo puedo creer.- le dije a mi acompañante, que ya se dirigía también al interior de la iglesia, aparentemente sin compartir mi indignación, aunque igual de sorprendida que yo por el aparcamiento improvisado de la competencia.
Cuando entramos en la iglesia el viejecito le estaba explicando a los otros turistas quién era la patrona de la iglesia. Al vernos entrar a nosotras nos dijo:
- Pasad, pasad, más adelante, allí. Allí podeis ver dos momias.
A mí las momias, las reliquias de los santos y huesos humanos varios prefiero verlos todo lo más a través de la TV, pero el viejecito insistía, señalando con su bastón:
- Allí, allí, un poco más para adelante.
Vivos a una de las dos momias. Estaba expuesta tras una vitrinita de cristal, en posición horizontal. El cadaver pertenecía a una chica "desconocida" de hace yo-no-sé-cuántos siglos, según indicaban el viejecito y el letrero explicativo, pero se conservaba en perfecto estado.
Después el viejecito, que iba guiándonos la visita con su bastón, nos contó más cosas sobre el retablo (tenían un retablo) y sobre un gran lienzo que colgaba a la entrada de la iglesia. Los otros turistas, que por la edad que aparentaban bien podrían haber llegado allí también en un autobús del IMSERSO, lo bombardeaban a preguntas, que iban concatenando sin escuchar las respuestas.
- ¿Esto qué es?.- lo interrumpían con frecuencia.
"Además de incívicos, maleducados".
Me pareció distinguir en sus voces cierto acento catalán pero intenté no acordarme de las discusiones con los clientes catalanes para no ahondar en la herida. Eran dos mujeres y un hombre. El hombre era el que más preguntaba.
Nosotras intentábamos ir a nuestro aire y apenas le preguntábamos nada, pero igualmente el viejecito se venía para donde estábamos y nos contaba lo que él considerase.
Para cuando salimos de la iglesia, unos veinte minutos después, ya todos los presentes conocíamos nuestra mutua procedencia (efectivamente eran catalanes) y una de las mujeres había llamado "machista" al viejecito a raíz de lo que a mí me pareció un comentario inofensivo.
-Esa es Santa Águeda,-anunció el viejecito señalando una pequeña escultura con su bastón,- patrona de las mujeres.
No sé si será así en otros lugares, pero por aquellas tierras de Segovia se celebra con especial devoción un día, ahora no recuerdo cuál, en el que las mujeres son las que mandan. Tienen lugar una serie de festejos y la premisa pseudofeminista se lleva a rajatabla, desde fechas inmemoriales.
- Aunque eso es mentira, las mujeres mandan todos los días.- añadió el viejecito. Y ahí surgió la polémica.
Tras la iglesia descubrimos una catapulta enorme que maravilló al hombre catalán. Nosotras hicimos la foto de rigor, porque "una catapulta así es muy difícil de encontrar ya, yo sólo he visto una parecida en un castillo de Huesca, donde rodaron una película..." y nos despedimos de aquel apasionado e incívico turista, que por fin retiró su coche de la mitad de la calzada.
Apenas dejamos la iglesia atrás y echamos a subir andando calle arriba, nos encontramos con otro lugareño, de la misma generación que el viejecito de la iglesia, pero son boina.
- Buenos días.- saludamos.
- Buenos días. Ese acento es del sur, no?
Otra cosa no sabíamos, pero nos quedaba claro que problemas de timidez no tenían en aquel pueblo.
- Sí, de Sevilla.
- Yo he estado en Sevilla, con sus carros... muy bonita, sí señor... ¿Habeís visto la iglesia?.
- Sí, acabamos de verla.
- Aquí antes teníamos caballos también, pero desde que pusieron el pantano...
Esta vez no pude reprimirme y sutilmente le pregunté qué ocurrió con el pantano.
El señor nos llevó a las espaldas de la iglesia, desde donde se veía el pantano y nos explicó que antes todas esas tierras se utilizaban de pasto para el ganado. Por lo visto aquel era originariamente un pueblo ganadero, pero cuando el señor caudillo decidió plantar allí el pantano y todas las tierras quedaron inundadas, los habitantes del pueblo tuvieron que marcharse con sus vacas a otra parte o cambiar de ocupación.
- Esa fue la primera migración. Después vino otra. Y ahora el pueblo está despoblado.
- Qué pena...
- Sí, da mucha pena... ¿Y la iglesia la habeis visto ya?. ¿Os la han explicado bien?. Porque la gente viene y dice "qué bonito, qué bonito", pero las cosas hay que entenderlas. Lo que tenemos aquí es una maravilla.
Y así empezó a contarnos la historia de los canteros de la iglesia, nos enseñó su escudo, nos habló de los estilos arquitectónicos, de las diferentes fases y transformaciones que sufrió. Nos habló de los arcos ciegos, de arbotantes, de una antigua mezquita y de sus tatarabuelos. Nos contó que de joven fue monaguillo y después sacristán durante trece años. Que fue ganadero, que era apicultor.
- Venid, os enseñaré algo, pero no hagais fotos.
Prometimos no desenfundar nuestras cámaras y el señor nos llevó hasta su casa, a escasos metros de la iglesia. Nos invitó a bajar al sótano.
- Pasa tú primera.- animé a mi acompañante. La neurosis que te deja vivir en una gran ciudad no se quita fácilmente, por muy tranquilos que sean aquellos lares y por muy amable y mayor que pareciera el señor, a mis ojos no dejaba de ser un extraño que quería llevarnos al sótano de su casa.
No sin cierta congoja nos dejamos guiar por él. Tenía la misma costumbre de su paisano el viejecito de la iglesia de quedarse atrás nuestra mientras nos invitaba a seguir avanzando.
Recordé las palabras de la cinta del bus turístico "los segovianos presumen de que se puede pasear a cualquier hora por todos sus rincones, con absoluta tranquilidad...", recordé la cantidad de coches abiertos que habíamos visto aquellos días, coches incluso con las llaves puestas y armándome de valor proseguí escaleras abajo, siguiendo a mi acompañante por unas escaleras que se me hacían interminables.
En el sótano del sótano descubrimos su tesoro: útiles del campo, de apicultor, de ganadero, pertenecientes a sus abuelos y a sus tatarabuelos. Nos enseñó distintos cencerros.
"Cada ganadero tenía los suyos, porque cada uno hacía un sonido distinto, y así podías distinguir de quién eran".
Fósiles marinos encontrados sólo a unos kilómetros, que demuestran que hacía mucho tiempo, aquella tierra situada ahora a 900 metros por encima del mar estaba cubierta de agua salada. Bloques de cera virgen, que antiguamente vendía por kilos. Nos enseñó a distinguir una vela hecha con parafina de una hecha con cera virgen.
"La cera virgen es oro. Sirve para los arreos, para lustrar los zapatos, para los cirios y las velas, para los suelos de las casas..."
Miel que él mismo había elaborado y envasado.
- ¿Y las abejas no le pican?.
- Algunas pican, sí. Pero la vida te enseña. Yo me he llevado a mi hijo desnudo a recoger la miel. Tiene fotos que está recubierto de abejas hasta el pecho.
Nos enseñó fotos de las colmenas "modernas", prefabricadas.
- Pero tienen que ser exactas. Como no sean hexágonos perfectos no las quieren, te las rechazan.
Salimos de allí con un tarro de miel artesanal y algo más sabias de lo que entramos, profundamente agradecidas a aquel señor y a la lección que nos acababa de dar la vida.
Se me cuidan.
7 comentarios:
estas son las cosas de las que me quedo de los viajes,la gente y sus vidas.Siempre hay algo q aprender de cada sitio.
¿Para cuándo Roma?
¿Qué se siente al haber hablado con un tercio de la población del pueblo? jajaja... No todo el mundo puede decir algo así...
Yo creo que hablamos con dos tercios de la población de aquel pueblo y se siente algo de ilusión y algo de pena.
Mañana por la mañana salimos...
Besos!
Hola guapa.
Interesante periplo.
Me has recordado al tío Matt, el fraguel viajero de Fraguel Rock. No sé si lo conociste, pero era un cielo.
Besitos.
Jajaja
Joder, qué guay ¿no?
A parte del encanto que pueda tener ese pueblo, te aseguro que lo has descrito de una manera que dan ganas de ir y buscar a los dos señores, al de la iglesia y al de la miel.
Pasadlo bien y ya me cuentas a la vuelta.
PD: A ver si me dices el nombre del pueblo y puedo visitarlo cuando por fin pueda coger vacaciones :-D
Jajaja
A qué dirección te mando el nombre del pueblo, Blue Glue?
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