viernes, 19 de diciembre de 2008

Como éramos pocos...

... parió la abuela.


Hay personas que piensan que no pueden ponerse malas, que el mundo las necesita. Algunos tienen razón, aunque son una minoría. No hay que perder de vista aquella frase de George Clemenceau:


"Todos los cementerios del mundo están llenos de gente que se consideraba imprescindible".


Yo no soy una de ellas. Creo en el derecho que tiene todo hijo de vecino a ponerse malo. A dejar todas esas cosas importantes aparcadas a un lado, y dedicarse, durante el tiempo que haga falta, a cuidarse y mimarse hasta que el cuerpo se reponga.


Pero a la vida le gusta llevarme la contraria. Me quedo unos días fuera de combate y al volver al mundo, esto es lo que me encuentro:



- A mi coche le han puesto una multa de aparcamiento. Por lo visto obstaculizaba gravemente el paso de los peatones por la acera. Es cierto que estaba aparcado con las dos ruedas izquierdas subidas en la acera, pero te dan ganas de irte pa'l guardia y preguntarle: ¿encima con cachondeito, no?. Porque ningún peatón puede andar sobre esa acera, y no precisamente por los coches que suben sus ruedas en ella. Es una cuestión física. La supuesta acera sobre la que los peatones estarían presuntamente paseando de no ser por mi vehículo, es más estrecha que el teclado del portatil sobre el que escribo. Además de que nace y muere en apenas unos metros, de los cuales la mitad están invadidos literalmente por cubos de basura, y a veces cubas de escombros. A ver si le hago una foto y la cuelgo aquí, que una imagen vale más que mil palabras.



- A mi coche le han quitado el espejo retrovisor derecho. Nada especialmente grave, si no fuera porque es la tercera vez en el año que me lo hacen, y el último no hace ni quince días que acababa de comprarlo y ponérselo. Para aquellos que piensen que semejante robo es obra de los peatones frustrados que no pueden pasear por su flamante acera, les diré que las otras dos veces el coche estaba perfectamente aparcado en lugares habilitados para tal efecto.



Conclusión: llego a quedarme un par de días más en cama y cuando vuelvo ya no hay coche.

Pero ahí no acaba todo.



Una putada de ponerse mala malísima viviendo sola y teniendo perro, es que no puedes sacarlo a pasear a que haga sus necesidades fuera. Exactamente igual ocurre si te pones mala malísima, vives sola y viene a cuidarte tu novia con sus muletas. Ella tampoco puede sacarlo. Especialmente si el perro en cuestión tiene complejo de perro de trineo y tu novia con muletas no se gana la vida como funambulista. Y los perros son comprensivos y los mejores amigos del hombre y tal, pero la biología les puede, es lo que tienen.

Afortunadamente ahí estaba mi vecina, que se ofreció amablemente a sacarlo, sin cuya inestimable ayuda mi convalecencia hubiera sido mucho peor.

Pues uno de esos días en que mi vecina estaba sacando a su perro y al mío a la vez -si no habeis visto la escena no podeis haceros idea de lo que es eso-, Hugo, en pleno ataque de euforia dio un salto por las escaleras sin calcular demasiado bien las distancias, y se lastimó una pata:



- Otro cojo más en la familia. Ahora levanta la patita izquierda cuando se sienta y a veces cojea también al andar.

El veterinario le ha mandado unas pastillas que vienen en un botecito pequeño de plástico monísimo y que debe de tener un supercierre de seguridad para que no te vayas a confundir y te tomes una sin darte cuenta, porque aún no he tenido cojones de abrirlo. Primero lo intenté por intuición: esto es de rosca, no? a ver para la derecha... no... será para la izquierda... tampoco... para arriba?... nada. Después leí las instrucciones en la tapa, que venían en inglés, que no es mi idioma, pero que ya una, después de tantos años, es capaz de traducir sin recurrir al diccionario: push down... open left más una flechita por si eres disléxica. Tampoco. Repetí la operación no sé cuántas veces, con distintos grados de fuerza y presión... nada. Lo intenté también al revés, por si el disléxico era el que escribió las instrucciones. Entonces comencé con métodos alternativos. Probé a hacer palanca con lo primero que encontré en mi mesa, que resultó ser un lápiz al que se le rompió la punta. No fue buena idea. Es que a quién se le ocurre... busqué las tijeras en el cajón y aunque era extraño las encontré allí, en su sitio. Repetí la operación de palanca introduciendo uno de los bordes de las tijeras entre el tapón y el bote... ni de coña se abría. Nada, habrá que hacerlo a lo bestia, me dije, y volví a la carga, esta vez con el firme objetivo de romper el plástico del bote con la punta afilada de las tijeras. El plástico duro como un cuerno. Empecé a desesperarme. Probé con un cuchillo chico de pelar patatas, con el grande de psicosis, con el pincho de pinchar los filetes... al sacar el pincho y ver que el tapón seguía impertérrito, pero había curvado hacia dentro uno de sus dos pinchos, me di por vencida. Ahora sabemos que si alguna vez hay una guerra atómica sobrevirán las cucarachas y el bote de las pastillas antiinflamatorias de Hugo.



Quizás me preocuparía más si no fuera porque mi perro apenas cojea ya y porque el veterinario llegó a la misma conclusión que yo: "eso es que le molesta al apoyarla" tras hacerle un examen concienzudo... a la pata sana.



Por cierto voy a sacarlo que está ya el pobre desesperaillo por salir.



Una buena noticia: me han dado como día compensatorio el 31 de diciembre. O sea que podré estar presente en la fiesta de fin de año Medina.



Se me cuidan.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajajaja,que bueno amore....!

Anónimo dijo...

Jajaja, echaba de menos esas historias tuyas... Si vivieras aun conmigo esas cosas no te pasarian! por cierto, pobre coche...¿te he dicho alguna vez que creo que deberias de venderlo? y pobre Hugo!!! q ganas tengo de verlo! ya ti tb canija! Ya mismo de vuelta a kasa.un bsazo

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