martes, 27 de septiembre de 2011

Private State

Últimamente se me hace complicado esquivar a Google. Andar cambiando de cuentas, contraseñas y perfiles varios resulta cada vez más engorroso y mantener a "La esperada" en relativo anonimato se está volviendo un verdadero coñazo.

Si a eso le sumamos la huelga de mi espalda, que se niega a trabajar sentada más de 30 minutos, quizás tengamos los motivos por los que paso menos por aquí.

Otro día quizás me plantee qué hacer con el blog y con mi problema de identidades. Pero no será hoy.

Hoy me apetece escribiros y contaros una historia, o varias.

Este fin de semana estuvimos en un lugar llamado, muy acertadamente, Paraíso Perdido. Lo de "perdido" te lo demuestran durante la yincana que tienes que hacer para llegar hasta allí: aproximadamente entre la segunda y la tercera indicación que recibes de los lugareños te queda claro que, al menos la mitad de su nombre, está literalmente justificada.


Para comprender que la otra mitad es igualmente literal sólo necesitas unos minutos más. Según atraviesas la verja de entrada te vas dando cuenta de que tus prisas, tu estrés por no encontrar el sitio y demás agobios asociados a nuestro ritmo de vida, allí sobran, como si fueran piezas de otro puzzle.

- He llamado un par de veces pero me salía un mensaje en el contestador.

- Sí, aquí no hay mucha cobertura.

" Lógico ", piensas, al recordar los caminos entre pinares que has tenido que dejar atrás hasta llegar allí. Y te extraña la naturalidad con la que ese hombre asume la incomunicación de su negocio y te sonríe, mientras te alarga su brazo.

Y entonces el holandés (porque a esa altura de la presentación imaginas, por su acento y su sonrisa que debe ser holandés) te alarga el brazo y tú no sabes si darle la mano o dejarte hacer. Pronto descubres que su objetivo no se encuentra en tu cuerpo, sino en las pesadas maletas que llevas para un fin de semana, y le cedes, encantada, los bártulos.

" Las vamos a dejar por aquí, ahora ", informa, nada más entrar en el recinto.

Las ha soltado en el suelo, en mitad del jardín.

Primer pensamiento: " Upss... se van a ensuciar... ".

Segundo pensamiento: " Qué le den por culo a las maletas, que se me va el holandés ".

- Os voy a enseñar un poco cómo va esto y ahora os llevo a vuestra habitación - escuchas que va diciendo, unos pasos más adelante. Avanzamos tras él a través del jardín, plagado de hamacas, tumbonas, lucernarias y demás cachivaches inventados para el relax del cuerpo y la desconexión de la mente.


Nos lleva a una especie de atril y nos comenta que el cocinero es siciliano, que si nos apetece cenar podemos elegir los platos que queramos de entre los que él escribe cada día, o hablar con él directamente y  hacerle cualquier sugerencia. Nos enseña cómo hacer el pedido anotando en el libro los platos, la hora a la que queremos cenar y nuestro número de habitación.


La segunda sorpresa nos esperaba en la Jaima. Bajo ella, mesas, sofás, sillones, un pequeño escenario, una vieja mesa de billar y una barra que invitaba a beber hasta perder el sentido.

- Si no estamos cuando vengáis no hay ningún problema, os servís lo que queráis y lo apuntáis aquí. 


Nos volvió a enseñar otro cuaderno gigante donde cada habitación anotaba sus consumiciones, algo así como un "mini-bar", pero sin el "mini". 

No nos pidió los carnés hasta un rato después de habernos llevado a nuestra habitación. Incienso, velas, lámparas de luz tenue y telas repartidas a lo ancho y largo de la habitación, todas ellas transmitiendo al unísono el mismo mensaje relajante.


- Este lugar va a ser nuestra ruina...

- Lo sé...




2 comentarios:

baston dijo...

que maravilla de lugar!!salió muy caro??

Anónimo dijo...

La estancia no es especialmente barata, lo demás sí. Fue un gran regalo de cumpleaños :D

Amnistía Internacional