jueves, 6 de agosto de 2009

La Casa del Señor

Para los musulmanes la peregrinación a la Meca, al menos una vez en su vida, es un deber. Como fórmula de fomentar el turismo no está mal. Desconozco si es tan importante para la religión cristiana hacer ese viaje al corazón de la cristiandad. Es lo que tiene ser morita.


Al principio mi espíritu anticlerical se resistía a ir.


- Me niego a pagarles dinero encima.


Sólo la entrada básica, sin guía y con horas de espera para entrar a los museos son 14€ . La reserva, que te aconsejan para no achicharrarte esperando la cola, supone un coste adicional de 12,50€ por entrada. 15 € es el suplemento por la visita guiada de tres horas y 20€ si se entretienen contigo una hora más. Puedes elegir la opción económica de la audioguía por 7€. Subir a la cúpula de San Pedro y admirar las impresionantes vistas de Roma tiene el módico precio de 5€ si tu salud es buena y te permite subir los 320 escalones curvados y estrechos (dicen que produce claustrofobia a las almas aprehensivas) de la escalera que te lleva hasta arriba; 7€ si prefieres no echar el bofe y subir en ascensor. Ver las tumbas donde están enterrados los papas: 6€.


Pero ver la Capilla Sixtina y los tesoros de los museos vaticanos no tiene precio, así que pagamos religiosamente, nunca mejor dicho, nuestras entradas a los museos (con la reserva por internet, para evitar las supuestas horas de colas) y fuimos.


- La entrada en la Basílica de San Pedro es gratuita,- me explicaba el bixo- se supone que es la casa del Señor y no pueden cobrar por entrar en ella.


- Ahh...


Una vez resignada a pasar por el aro, de camino a la Santa Sede, no puedo evitar cierta emoción.


- Vamos a conocer la casa de Dios... el corazón de la religión cristiana.


- No...- disentía el bixo, mucho más atea y cruda que yo,- vamos a conocer la casa de los mandamases de la religión cristiana, no la casa de Dios. En realidad vamos a entrar en un nido de víboras.


Para entrar en los museos vaticanos, aunque vayas con la visita concertada y la entrada comprada, te llevas un ratito. Tienes que pasar varios controles y seguir un protocolo no exento de parafernalia.


- Qué humildad,- comentaba el bixo al traspasar la primera entrada - tienen puertas de cristal giratorias.


- Y las mismas máquinas automáticas de los metros.- Esas que tienes que introducir el ticket para que gire una barrita de metal y te deje pasar. Nunca había visto nada parecido para acceder a un museo.


Aproximadamente una hora después de haber iniciado el proceso, te das cuenta de que por fin has conseguido entrar.


- Se puede hacer fotos a todo menos a la Capilla Sixtina.- comenta en italiano el chico encargado de cambiarnos las reservas por entradas y guiarnos hasta adentro.




- ¿Por dónde empezamos?.


Los Museos Vaticanos se denominan en plural porque incluyen varios museos en uno. Tienes un museo egipcio, otro etrusco, decenas de galerías cristianas y paganas, patios, jardines, una pinacoteca, las estancias de Rafael, la Capilla Sixtina y un sin fin de recovecos repletos de siglos de arte e historia.




Al principio caminas con la boca abierta, mirando hacia todos lados, como es la costumbre en Roma.


- ¿Qué coño pintan en el Vaticano las momias y esfinges egipcias?.



- Lo mismo que las esculturas de los dioses griegos y romanos.


Poco a poco comienzas a indignarte. Tienen tanta cantidad de obras de arte acumuladas que parece que no tienen espacio material, o interés, para organizarlas. Están apiñadas unas al lado de otras, según la cultura o el contenido, la mayoría sin rótulo ni mucho menos cartel explicativo. Sólo tienen unas etiquetas con lo que parece ser un número de serie o referencia (785624, 958138) que habrá de constar en algún catálogo donde estarán registradas sus posesiones. Se me vienen a la cabeza las escasas nociones que una vez aprendí de museología y echo en falta los rótulos con el nombre de la obra, el año, el material y el autor. La mayoría del tiempo echo en falta una separación de seguridad entre la obra y el visitante, los humificadores y las luces indirectas.



- No miman las obras de arte...


Las obras más famosas tienen un numerito dentro de un semicírculo rojo que dibuja el icono de unos auriculares. Son las que puedes consultar con la audioguía.


Al final del recorrido llegas a la Capilla Sixtina, la obra maestra de Miguel Ángel. Para cuando la alcanzas ya tus sentidos están saturados de arte y belleza y te preguntas por qué las estancias de Rafael, sólo a unas galerías de distancia e igual de impresionantes, no han gozado de la misma popularidad.






Dentro de la Capilla Sixtina los turistas se agolpan para admirar y hacer fotos, de estrangis, pero se hacen, a las paredes y los techos de la bóveda. Unos señores muy amables vestidos con traje de chaqueta gritan entre la muchedumbre:

- ¡ No photos, no photos !.




A veces, cuentan, se ponen agresivos, pero debió de ser que aquel día no estaba el jefe porque allí los flashes volaban y lo más que hacían era repetir el mismo mensaje, un poco más serios, por megafonía. Parecía que en cualquier momento fuera a venir un gorila a quitar unas cuantas cámaras y a llevarse a un par de cristianos al cuarto de atrás, pero si sucedió, al menos nosotras no nos dimos cuenta.


La Plaza de San Pedro, situada fuera ya de los museos, donde se encuentra la Basílica, impresiona.


Una inmensa plaza ovalada, con un obelisco altísimo en el centro, delimitada por una fila de columnas dobles, en lo que simboliza el abrazo de la iglesia. Al fondo, la Basílica y alrededor, las esculturas de 140 santos coronan el perímetro.




La entrada en la Basílica de San Pedro, supuestamente libre y gratuita, tampoco tiene desperdicio. Ahí no hay reserva que valga: tienes que esperar la cola. Esta vez no es para recoger las entradas, sino para pasar los controles de seguridad.

En el primero un par de señores muy bien vestidos, cobijados bajo la sombra de una pequeña carpita de lona blanca, vigilan que no entre nadie (normalmente ninguna mujer) con los hombros descubiertos, para no ofender al señor, se entiende.


- ¡Cúbrase los hombros!,- ordenan a las mujeres que osan llegar hasta allí en tirantas.




El segundo control no entendí muy bien para qué servía, salvo para que unos señores con caras de pocos amigos te indicaran cuál era la puerta de entrada y cuál la de salida.


Al final, la guardia suiza. Básicamente están de adorno. :D


Una vez dentro, más grandiosidad y más opulencia.




- ¿Qué te parece? - me pregunta el bixo.

- Un derroche de ostentación y opulencia,- contesto, sin dejar de mirar el mármol de las majestuosas columnas, sus esculturas de bronce y el tono dorado (¿será oro de verdad?) que recubre gran parte de sus paredes e inscripciones.


- ¿ Te transmite misticismo, como cuando entras en una pequeña iglesia o en una catedral?.

- No, nada.- admito, sorprendida. Definitivamente, allí no está Dios.

Se me cuidan.

5 comentarios:

Candela dijo...

Buenas fotos, felicita al bixo.

Me está gustando vuestro viaje.

Gracias por compartirlo.

Besitos a las dos.

Mirta Peces dijo...

Niña, me estoy yendo...leeré el post a la vuelta, q promete! :)

Anónimo dijo...

De na ;)

¿A dónde, Mirta?

Anónimo dijo...

Pues nosotras preguntamos en la puerta si servía el Roma Pass y, nos contestaron. Qúe donde yo estaba era Roma y si daba un paso más me encontraba en el Vaticano y no servía Roma Pass. Vaticano Pass no existe, paga paga


MJ&C

Anónimo dijo...

Jajaja sip!

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