jueves, 2 de julio de 2009

Colores, gafas y otras relatividades

Hoy llevo puestas las gafas de ver bonito. No me las puse yo, pero sé que las llevo encima, en algún lugar entre el cerebro, mis ojos y el mundo que me rodea.


Tengo más gafas. Tengo las que compré en la óptica, que me costaron una pasta y que curiosamente son las que menos me alteran la visión de las cosas.


Tengo las gafas oscuras. Esas ejercen el efecto contrario de las de hoy. Cuando llevo puestas las gafas oscuras todo aparece más apagado ante mis ojos. La más mínima contrariedad puede hacerme llorar o enfadar hasta puntos insospechados. Esas gafas tampoco me las pongo yo, pero sí tengo cierta idea de cómo llegan a parar ante mis ojos: aparecen de pronto junto con una mala noticia y se quedan allí un buen rato, a veces durante todo un día. Otras veces aparecen de forma paulatina, según van subiendo mis niveles de estrógeno, y desaparecen rápidamente, puntuales como un reloj, cuando los estrógenos bajan.


Tengo las gafas sensibles. Esas parecen ser un componente que venía de serie en el pack de mis ciclos hormonales. A veces se superponen con las gafas oscuras, pero tienen entidad propia y normalmente las llevo solas. No puedo quitármelas y ponérmelas a mi voluntad, salvo cuando tomo pastillas anticonceptivas, pero afectan poco a mi percepción de la realidad, porque aunque hacen que viva todo con una intensidad extrema, tienen una montura demasiado gorda como para pasarla por alto al mirar a través de su cristal.


Tengo unas gafas de sol nuevas cada temporada, que me dura desde un par de días a un par de meses. Nunca se ha notificado ningún caso de gafas de sol que dure más en mi poder. Las que me compro en el mercadillo suelen oscurecer un poco más la visión que las que alguna vez me he comprado en tienda, pero las pierdo igual. Tengo que comprarme las de este año, por cierto.


Tengo unas gafas para ver a las personas a las que quiero. Son de un material muy resistente y aunque se ensucian con facilidad están provistas de un programa pirolítico que resulta altamente práctico. Una vez que te he visto a través de ellas, soy incapaz de verte bajo otra lente. Pase lo que pase. Seguramente son las que más me distorsionan la realidad de todas.


Y por último tengo unas gafas para verme a mí. Quizás esas resulten las más versátiles. Además de funcionar al revés de todas las demás: mostrando lo que hay tras los ojos, en vez de lo que se encuentra delante, tiene otras curiosidades. La más importante: no siempre ejercen el mismo efecto sobre lo que observan.


Al portatil le quedan 6 minutos de batería.


Se me cuidan.

5 comentarios:

Mirta Peces dijo...

mmmm..
interesantes..una barbaridad de gafas!!jajaja
yo creo q sólo tengo dos, pa' verme a mí y pa' ver a los demás..quizá entre las de ver a los demás puede haber otra, que sn de esas q te ciegan y en realidad no ves una mierda y acabas llorando y tirándolas dsp de varios años, cuando te has dado cuenta de que veías algo k no existía..por fortuna hace tiempo k no me pasa..

Anónimo dijo...

Curioso, eh? Las gafas de cada cuál, digo.

Mirta Peces dijo...

sí....
qué ha pasado a tu alrededor que t ha hecho pensar en ello?

Anónimo dijo...

Que con la que está cayendo siga de buen humor :D
Besos!

Mirta Peces dijo...

eso es un don!jeje
yo quiero cerrar los ojos y despertarme desp del 14 y saber si no estoy estudiando en vano! y no estoy de buen humor, sino nerviosísima jaja

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