jueves, 20 de noviembre de 2008

Doña Pepa

Esta mañana su puerta estaba cerrada. Y ayer. Es una tontería, pero pequeños detalles como esos, cuando se interrumpe la rutina, hacen que te des cuenta de hasta qué punto repetimos los mismos actos uno y otro día.

Esta tarde, cuando he entrado en el edificio, me he alegrado de encontrar la puerta de nuevo abierta. En vez de subir corriendo, como hago cuando no quiero que Hugo se entretenga en su casa, he entrado en el patio pausadamente. Valoré mi cansancio y el rato que a buen seguro me pasaría de pie conversando con ella si me paraba a saludarla. Tras coger en brazos a Hugo y agobiarlo a besos y achuchomes, me contaría por enésima vez que los hombres del teléfono aún no le han dado la línea; insistiría en dar de comer al perro el manjar que hubiera cocinado ese día para Joselito y para ella, y pasándose por el forro mis explicaciones de que Hugo sólo come pienso y bajo ninguna circunstancias comida guisada, le echaría al suelo lo más grasiento e indigesto que encontrara. Mientras yo mirase con ojos de deseo lo que mi perro se estaba zampando, con sentimientos encontrados de enfado y gratitud, me acordaría de que aún no le he devuelto el plato donde el otro día me había dado las almejas sofritas y subiría a toda prisa a por él, llevándome por supuesto a Hugo de la correa -con una diarrea moderada ya era bastante-.

Después de todo era un buen momento para devolverle el plato.

Decidí ignorar las diferencias de educación canina y el sueño -los efectos de una fiesta pijama entre semana- y acercarme a verla. Una sonrisa apareció en mi rostro al ver al contraluz una figura que salía despacio de aquella madriguera -porque si Medina es un zulito, tendríais que ver cómo son los microapartamentos del bajo-.

- Hola - saludé alegremente.

- Hola.- me respondió la voz de una desconocida de mediana edad al terminar de cerrar aquella puerta con llave y girarse para verme. Daba la impresión de estar igual de cansada que yo, pero con muchas más preocupaciones en su cabeza. Tenía la mirada de alguien que lleva a cuesta muchas vidas.

Al darme cuenta de mi error hice un sútil giro en dirección a las escaleras. Y mientras me preguntaba quién sería esa persona que cierra con llave la puerta de Doña Pepa, un pensamiento negro voló por mi mente.

Solté la correa de Hugo y me metí en mi madriguera particular. Ni siquiera le dí la orden de sentarse para pasar a casa.


Se me cuidan.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

http://amediavoz.com/leon.htm

Anónimo dijo...

Amor no te preocupes por doña pepa,tiene una sobrina,creo qeu practicamente representa stoda su familia viva,con cancer y suele pasar dias con ella,quiza sea esa la esplicacion.
TK

Anónimo dijo...

Esta mañana la rutina volvió a instaurarse en el edificio. Las voces de Joselito, una de las mujeres que visitan por la mañana a Joselito y Doña Pepa se sentían a través de las ventanas de Medina.
Todo está en orden.

Mirta Peces dijo...

pues menos mal!

Amnistía Internacional