jueves, 18 de octubre de 2007

El Cuentacuentos Soñador

Ante todo, una pequeña disculpa. Mi última intervención no fue mía, fue producto de mis hormonas. Sólo una vez al mes, lo puede asegurar cualquier persona que me haya aguantado de cerca, me pongo de un cursi-sensiblero-dónde-están-los-pañuelos? que no me aguanto ni yo. No sé por qué extraña razón, cada 28 días -creo que cronometrados, aunque no me paro a realizar esas cuentas ya- paso de ser una persona sensible a hipersensible. Si me coge de buenas, con el ánimo alto, me pongo tierna y sentimental (el caso de ayer mientras escribía en el blog), pero no siempre corro tanta suerte. Lo normal es que me eche a llorar por la cosa más insignificante, y si tengo un día malo, lo que hago es pelearme con quien tengo al lado... cualquier cosa me irrita y me parece digna de queja. Y me quejo, claro, para desgracia de los que me rodean.

Hoy me ha venido a la mente una historia que mi hermana me contó, que a su vez un trabajador social le contó a ella en una charla de presentación de la carrera.

Esta es la historia de un que hombre soñaba con contar bellos cuentos. Un día se armó de valor y buscó un lugar lo suficientemente concurrido y agradable para recrear sus historias. Encontró un parque, y dentro del parque, una zona verde (no debía ser en España) y despejada de árboles. Colocó un pequeño taburete en el centro, se subió y sin pensarlo más, empezó a hablar, a contar cuentos, que es lo que hacen los cuentacuentos. Cuál sería su sorpresa al comprobar cómo pronto el lugar se llenó de gente que escuchaba atentamente sus palabras.

Al día siguiente, volvió a aquel claro en el parque, se subió de nuevo al taburete y repitió la operación. Y así tarde tras tarde (por la mañana trabajaba a media jornada de teleoperador para una importante multinacional). Cada día, hicera frío o calor, el cuentacuentos se plantaba allí con su taburete y contaba un cuento distinto a todo aquel que quisiera escucharlo.

Pero los años fueron pasando (para él también está corriendo la bobina de hilo) y cada vez nuestro protagonista tenía menos público. El cuentacuentos, sin embargo, parecía impertérrito, pues él seguía contando sus historias como el primer día, cuando toda una multitud lo escuchaba encandilada. Después de varias semanas seguidas sin que ni una sola persona se parara junto al cuentacuentos, de verlo acarrear su banco día tras día, con frío, lluvia y nieve, para contar cuentos al aire, el guardia del parque se le acercó, lleno de pena hacia el envejecido cuentacuentos y le preguntó, con todo el tacto que pudo:

"Señor, no ve usted que no hay nadie ya para escuchar sus historias... ¿por que no se va a su casa mejor?. Nadie va a notar si quiera si usted está aquí o no. Con el frío que está cayendo..."

El cuentacuentos le devolvió una sonrisa y le explicó al joven guardia:

"La razón es sencilla: cuando yo empecé a contar cuentos, lo hice porque quería cambiar el mundo; ahora, sigo haciéndolo porque no quiero que el mundo me cambie a mi".



Con esa bonita historia (a mi me lo parece, bonita, digo, y ya no estoy bajo los efectos de mis hormonas, eh?) el trabajador social animaba a los jóvenes estudiantes, futuros profesionales, a no dejarse vencer por el desaliento, por los millones de trabas que van a encontrarse por el camino, por las barreras que el mismo sistema, nuestra administración iba a ponerles.

Y hoy me ha venido a la mente esa historia cuando le estaba intentando hacer comprender a mi madre por qué me he sumado a la huelga de teleoperador@s, aunque muchos de mis compañeros, por desgracia la mayoría, no lo han hecho. He intentado apelar a las huelgas que ella ha hecho en su juventud, a todo lo que protestó en su día, pero no le servían mis argumentos porque "yo hacía huelga con una plaza en propiedad". Es cierto, así cualquiera.

Quizás esta huelga me suponga perder mi puesto de trabajo. El único empleo relativamente estable que he tenido en mi vida, y que se supone tiene que permitirme poder sufragarme mi ansiada independencia. Y bien sabe Dios que lloraré amargamente si lo pierdo, con y sin hormonas. Pero... no he podido darle la espalda a mis principios. No despedirían a nadie si todos participaran en la huelga, si el miedo no los hiciera agachar la cabeza y tragar. No pueden quedarse sin nadie en la plataforma, la unión hace la fuerza. Eso lo sabemos todos. Que el mundo iría mucho mejor si todos hiciéramos muchas cosas, coordinados, también lo sabemos, y que una huelga secundada por menos del 20% de la plantilla no va a ningún sitio, también. Pero no puedo esperar a que todo el mundo haga lo que cree que tiene que hacer (y no hacen porque los demás no lo hacen) para hacerlo yo también. Yo tengo que seguir mis principios. Si los demás hacen lo mismo, genial, porque podremos cambiar el mundo. Si no lo hacen, lo haré igualmente, y no podré cambiar el mundo, lo sé, pero al menos habré conseguido que el mundo no me cambie a mi.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

No entiendo tu comentario en inglés, ¿qué significa? CJ

Anónimo dijo...

Vaya! problemas en el trabajo, no lo sabía...aunque claro, ¿cómo voy a saberlo?...Ya sabes, si hay que pegarle a alguien me avisas, eh! jeje

Bonita historia, besos, CJ

Anónimo dijo...

Significa "Good to see you", qué bueno verte, sería la traducción literal. Me alegro de verte, la traducción libre.

Anónimo dijo...

No son problemas exactamente... son fenómenos normales cuando se convoca una huelga, supongo. Siempre hay gente que quiere hacerla y gente que no.

Anónimo dijo...

Ok, gracias por la traducción...aunque...vernos, vernos...no nos hemos visto...jeje

Mirta Peces dijo...

ahí va una pregunta mía...para k sirven las etiquetas??

Anónimo dijo...

No sé, yo las pongo por si sirve al buscador, pero en realidad tampoco lo sé mu bien... dónde está el iconito colorao aquí????

Perugorría dijo...

Me gusta el cuento. Tiene moraleja.

Amnistía Internacional