sábado, 11 de agosto de 2012

Una canción


Llevo unos días que no hago más que poner esta canción... 



Sabes que es por ti, pero no se lo digas a nadie...


jueves, 2 de agosto de 2012

.La cara oculta de la Luna


Últimamente es difícil encontrarse en una reunión donde no escuches:

" No sé a dónde vamos a llegar "

" ¿ Cuánto se te acaba a ti el paro ? "

" Me voy fuera de España "

Si me lanzara a dar una cifra aproximada creo que alrededor de 1 de cada 3 personas que conozco se está planteando de forma más o menos seria probar suerte en el extranjero. 

¿ También es tu caso ?. Y de irte, ¿ a qué país sería ?.

También yo me he hecho esas preguntas. Y aunque mi espíritu sigue siendo aventurero y viajero, ya no me tomo las respuestas a la ligera. Supongo que el hecho de haber vivido a los 24 años la experiencia de la inmigración me hace ser consciente de la otra cara de la Luna.


Por mucho que puedan deslumbrarnos los sueldos o las condiciones de vida de otros países, no es lo mismo haber nacido allí que llegar como extranjero, ni es lo mismo estar en un país como turista que como inmigrante.

Un detalle: en la mayoría de los lugares del mundo, a menos que seas ric@ -que entonces da un poco igual donde estés-, se vive peor que aquí.

Otra cosa que aprendí es que tienes que ir con una buena cantidad de dinero, porque por muy atado que lleves todo, hasta que empieces a cobrar tu primera nómina con normalidad, lo vas a necesitar.

El idioma lo aprendes "in situ", si es necesario. En unos 3-4 meses viviendo en un país extranjero, a poco que lo intentes, llegas a comprender el idioma lo suficiente como para defenderte. Pero mientras ese momento llega y no, tus escasos ahorros van descendiendo, y tus oportunidades de conseguir un trabajo serán mínimas.

Cuando estás fuera también comienzas a valorar cosas que siempre diste por seguras y en cuya existencia no reparaste hasta que te faltaron. A mi me pasó con el Sol. Tampoco resulta fácil, según en qué países, encontrar pipas de girasol, o ciertos alimentos a los que aquí estamos acostumbrados.

Y echas mucho de menos a los tuyos.



Así que si las circunstancias me empujaran nuevamente a buscarme la vida fuera de nuestras fronteras, lo haría en alguna ciudad bonita donde pudiera ver el Sol de vez en cuando, donde se hablara un idioma que yo conociera, que no estuviera a más de  3 ó 4 horas de avión de aquí, a ser posible acompañada y con un buen puesto de trabajo acordado antes de salir.

Sí, yo también creo que me quedaré en España.

Suerte a los que os animéis a intentarlo!


jueves, 19 de julio de 2012

Sí, quiero...



Hace no mucho escuché en la radio los resultados de una encuesta en la que se preguntaba a las personas casadas qué les había llevado a tomar esa decisión.

No recuerdo bien los resultados ni los porcentajes. Algunas personas lo habían hecho porque al llegar a cierto momento en la vida, el matrimonio se les antojaba el siguiente paso natural; otras personas lo hacían para hacer felices a terceras personas, normalmente la madre de alguno de los dos miembros de la pareja, o para seguir los preceptos de su religión. No pocos lo hacían por motivos fiscales, o incluso por los 15 días de vacaciones que conceden las empresas. Otros, para dejar cubiertos a sus hijos, o a su pareja, en caso de que les ocurriera algo a ell@s...

Había más respuestas, que no acierto a reconstruir. Lo que sí recuerdo es la conclusión que uno de los locutores de la radio extrajo sobre la marcha tras comentar el estudio: nadie se casa por amor.

Bromas aparte, parece que en nuestra sociedad, donde la convivencia en pareja    -fuera del matrimonio, se entiende- ya no está mal vista, el matrimonio ha perdido su soberanía como acto simbólico de amor y compromiso.

Una pena, porque era la única parte del matrimonio que me gustaba. 

Para mi casarse implica asumir algunas ventajas y muchos compromisos legales,  económicos, sociales y emocionales. En un momento histórico en el que las parejas de hecho están asimiladas en beneficios a los matrimonios, en el que los hijos quedan igual de protegidos nazcan dentro o fuera del matrimonio, y ahora que ni siquiera me lo prohíben, sólo me casaría por puro romanticismo. 

Porque hace falta tener altas dosis de romanticismo en el cuerpo, o de drogas, no sólo para pensar que la persona que tienes al lado será tu compañera por los restos de los restos, con lo volátiles que somos los seres humanos en nuestras pasiones y con lo que se está alargando la esperanza de vida últimamente, sino para encima, y pese a la evidencia estadística de fracasos matrimoniales, que roza ya el 50%, prometer amarla, apoyarla y serle fiel, en las duras y en las maduras, como mínimo, con la esperanza de que sea para siempre, y por si fuera poco, dejando constancia escrita y pública de susodicho colocón de azúcar.  

Por eso, si alguna vez me casara, lo haría al aire libre. A ser posible, en la playa, con el rumor del mar de fondo y bajo la luz del atardecer. No sé si llegado el momento me atrevería a hacerlo en secreto, como alguna vez se ha hablado, pero desde luego, sería un acto muy, muy íntimo. Ya habría momento de celebrarlo y de gritarlo a los 4 vientos, si hace falta. 

Si llegara ese día, no quiero estar preocupada por si cabré en el vestido, por cómo me queda el maquillaje o por si el fotógrafo se retrasa. No quiero estar pensando en si la comida es del agrado de los invitados o si alguien se molestará por no haber sido invitad@. 

Sólo querría mirar a los ojos de esa persona y decirle, apenas sin palabras, que la quiero tanto como para retar al tiempo.


Amnistía Internacional